Comencé la serie «La locura del tulipán» siete años después de haber dejado Nueva York. Durante esos años en Barcelona también había dejado de pintar, y me dediqué a escribir dos ensayos publicados por Editorial Planeta y Editorial Anagrama. A mi regreso a Nueva York en 2004, sentí por primera vez en mucho tiempo que me apetecía pintar, y además deseaba hacerlo en color. El sujeto sería una flor, un sujeto que tiene en común con varias de mis otras series el elemento populista y kitsch.
En Ámsterdam, en 1623, el tulipán era la flor más cara y famosa del mundo, y los artistas la pintaban como pobre sustituto de la verdadera. La magia de la codicia había transformado el tulipán en el más febril de los productos financieros. En 1637, la especulación del tulipán se desmoronó, dejando un espectacular rastro de fortunas y bancarrotas. Una vez pasada la llamada «locura del tulipán», esta flor, limpia de su pasado como producto financiero, de nuevo pudo ser simplemente una flor.
La inmediatez de la fotografía digital alienta la manipulación del color. Tiene una disposición «natural» a exagerar lo frío y lo caliente, la opacidad y la transparencia. En la pantalla del ordenador, el tulipán puede ir del azul al rojo y del rojo vivo regresar a lo más intensamente azul. En una fracción de segundo, la foto se transforma en lienzo para el pintor,.
Al finalizar la etapa fotográfica pinté el tulipán de memoria: cuadros al óleo de pequeño tamaño que enfatizaban los elementos abstractos de una forma muy familiar.
La tercera etapa, en cambio, requería un formato considerablemente más grande que permitiera un gesto menos restringido. En estos cuadros, la apariencia del tulipán ya se ha perdido, dejando lugar a una combinación de su aspecto óptico y orgánico. El proceso de la evolución pictórica es el sujeto de esta serie.
Los cuadros en la tercera y última etapa miden 76 por 102 cm. Óleo sobre lienzo.