Hacía veinte años que no había vuelto a España cuando encontré mi libro de lectura infantil, Catón en el Rastro de Madrid. Rastro, indicio, chatarrería... Este librillo para aprender a leer y escribir fue publicado y distribuido por todas las escuelas en España durante la dictadura de Franco. Impreso en la misma calidad de papel que los tebeos y las mismas dos grapas, parecía un panfleto de propaganda urdido por el bando vencedor de la guerra civil.
A menudo, los antiguos juguetes y los viejos libros de escuela suelen evocar el gusto agridulce inherente en todo lo pasado. Un autoimpuesto exilio, como en mi caso, sería un condimento añadido. Nací en el quinto año del final de la guerra y fui a París tan pronto como pude, a los dieciocho años. Dejé de hablar mi lengua materna, que me identificaba menos con mi madre y más con su encarcelamiento. La visión de aquel librillo no evocó ninguna melancolía agridulce, sino que me sorprendió y me intrigó. La letra grande, negrilla, el tamaño y el contraste de la letra cursiva y la incongruente diversidad de las ilustraciones daban al Catón el aura de una vieja obra de arte surrealista. El proverbial encuentro surrealista de un paraguas y una máquina de coser sobre una mesa de disección encuentra su réplica en el Catón, donde un paragüero y una cigüeña comparten la misma página con un águila coronada por un halo de santidad.
La introducción del Catón exhorta al maestro a hacer de cada lección una «experiencia dirigida al corazón y la mente de los discípulos». La primera lección pone en boca del niño tres autoconfirmaciones : «España es mi país. Soy español. Amo España.» Algunas lecciones contienen idénticas sílabas, como «espejo» y «payaso». La primera sílaba en «España» es la misma que en «espejo», y la segunda, la misma que la primera en «payaso». El ojo del niño es captado por el dibujo de «el payaso se mira en el espejo alto». Alto. Alma. Y el eslogan a pie de página: «En el alma de cada español hay un recuerdo hacia los caídos.» La frase no se refiere a todos los caídos. Las mismas sílabas anegan un mundo infantil con otro más sombrío.
Los veinte cuadros al óleo inspirados por páginas del Catón miden 152 x 177 cm. Fotografié estos cuadros para el catálogo de una exposición en Madrid. Al comparar las fotos con los originales, el tamaño de los cuadros y su apariencia de originalidad me parecieron fuera de lugar. La copia tenía más que ver con el sujeto.
En 1999, las fotos de los cuadros --en vez de los cuadros mismos-- fueron expuestas en la Galería Moriarti de Madrid. En consecuencia, la exposición fue escogida para formar parte del «Salón de los 16», un grupo de dieciséis exposiciones internacionales consideradas las más significativas de las realizadas ese año en España. La exposición tuvo lugar en Madrid, en el Palacio Velázquez , bajo los auspicios del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía.
La serie «Catón» consta de veinte fotografías en cuatricromía, cada una de ellas en una edición de doce, y miden 119 x 137 cm.